martes, 11 de agosto de 2009

Entrevista a Waldemar Espinoza Soriano


EL HOMBRE QUE SABE DE INCAS
Diálogos. Waldemar Espinoza Soriano es reconocido como uno de los más importantes historiadores del Tawantinsuyo. Hace unos días recibió la medalla al Mérito Científico de la Universidad de San Marcos como investigador, una tarea en la que anuncia nuevos frutos.
El refugio de este hombre es una biblioteca que amenaza con devorar toda su casa. Contados uno sobre otro, ruma sobre ruma, hay treinta y cinco mil libros. Están ubicados en un ambiente laberíntico en el que casi no puede distinguirse otra cosa. Están ordenados en su aparente desorden, en estantes que gritarían de fatiga si pudieran, desbordándose de las mesas, inundando tinas de baño y más cuartos contiguos. En un pequeño ambiente al interior de ese laberinto hay una biblioteca todavía más especializada. Se trata de textos de los cronistas de la Conquista Española, los relatos que nutren la voracidad de Waldemar Espinoza, el historiador, el habitante de ese pórtico al pasado.
Espinoza se interna en las profundidades de esos textos para indagar sobre lo que más le gusta: la vida del incario. Es uno de los más importantes estudiosos de ese periodo. Sus libros "Los Incas" y "La destrucción del Imperio de los Incas" son virtuales bestsellers estudiantiles que revelan desde juegos para niños hasta las intrigas palaciegas antes de la Conquista española, desde los mitos que explicaban el origen del imperio hasta las pugnas que ocasionaron su derrota. En Bolivia está considerado "uno de los más importantes etnohistoriadores andinos". En Ecuador ha sido premiado por libros que confirman el pasado incaico de ese país. Aunque ha escrito numerosos artículos y libros sobre otros períodos, su aporte principal apunta al Cusco. Días atrás, la Universidad de San Marcos le otorgó la medalla al Mérito Científico por su desbordante capacidad para investigar el pasado. Y no por méritos antiguos. La prueba, por si faltara, está en un nuevo y alucinante trabajo sobre los científicos sanmarquinos del siglo XVII. Lo que sigue es una conversación que más parece una clase.
Usted se ha declarado un apasionado por el Tawantinsuyo.
Siempre me interesó la historia inca, quizá por la influencia del lugar donde vivía, Cajamarca. Mi madre era maestra rural y trabajaba mucho con los campesinos. Esa familiaridad con el mundo campestre motivó mi vocación por estudiar la gente del campo, que es la gente heredera del incario. Pero me decidí en San Marcos, cuando ya era alumno de Porras Barrenechea, Valcárcel, cuyas clases eran tan eruditas que a uno lo emocionaban. Yo acabé en el año 58 del siglo XX. De inmediato salí becado al Archivo de Indias, donde estuve cuatro años. Encontré una gran cantidad de documentación sobre historia andina, traje copias, microfilmes. De manera que tengo un arsenal de información. Y todavía tengo material para cien trabajos más. Temo que voy a fallecer sin terminarlos. Bueno, otros revisarán mis fichas y documentos.
Me decía que ciertos descubrimientos lo han emocionado.
Claro, por ejemplo cuando en la biblioteca del palacio real de Madrid vi todos los volúmenes de la Descripción del Perú de López de Caravantes, de 1630. Después el doctor Lohmann hizo una edición completa, pero yo los vi cuando casi eran inéditos y muy poco conocidos. Pero me emocioné más cuando descubrí los documentos de la alianza hispano-chacha, de cuando los chachapoyaños se aliaron con los españoles para destruir el Cusco. O también los documentos de la alianza hispano-cañar. Lo mismo que harían los huancas. Con esos tres aliados los españoles pudieron realizar la conquista en brevísimo tiempo.
¿Le molesta que algunos colegas discrepen de sus tesis? Por ejemplo, usted habla del reino huanca, pero hay especialistas que niegan su existencia como tal.
Esas afirmaciones vienen de gente que no conoce. También por prejuicio. Una corriente actual de historiadores opina que en el mundo andino no hubo reyes, emperadores, ni imperio porque en los diccionarios antiguos no existen palabras equivalentes y porque esas instituciones son europeas. Pero es como decir que no existían modos de producción en los aztecas o egipcios porque esos términos son modernos. Uno llega a la conclusión de que muchas instituciones funcionaron aunque no tuvieron el nombre que ahora les damos.
En sus libros menciona una serie de aspectos sobre la vida cotidiana incaica que resultan sorprendentes por el detalle.
A mí siempre me ha encantado estudiar la vida cotidiana, más que la pública. Cuando escribí Los Incas, el editor me pidió a lo más 500 páginas, muy ilustradas, porque debían llegar a estudiantes de colegio y profesores. Y yo siempre le decía que todo lo que tenía compilado podría ir en tres volúmenes, pero no aceptó. Pensaba que no iban a tener acogida. Me gustaría publicar los tres tomos completos.
¿Qué cosas se le quedaron por decir?
Muchas. Temas como la tecnología ganadera, las reglas de etiqueta, el amor y el sexo en el antiguo Perú. Por ejemplo, el saludo en esa época no eran las máximas del Ama Sua, Ama Qella, Ama Llulla, que no existieron, sino que fueron inventadas por los indigenistas del 20 y 30. El saludo era más profundo. Cuando se encontraban amigos o parientes, levantaban la mano derecha con la palma abierta a la altura del hombro y se decían unas palabras que traducidas eran algo como: "Hola, hermano". Ese trato de hermandad permitía la reciprocidad, el colectivismo, y es una frase que perduró en la Colonia y en la República.
¿Y a la hora de la comida?
Desde luego que no había cucharas, los únicos que las usaban eran los cajamarquinos, eran como las de chifa. No usaban mesa, sino petates sobre el suelo donde ponían los platos, salvo en el caso del curaca o del Inca, a quienes sus esposas les sostenían los platos en la mano hasta que terminaban. Otra regla era que la sal no se usaba en polvo, porque era mala educación. Se usaba en terrones y conforme el Inca tomaba sus alimentos, lamía ese trozo de sal. Para nosotros es asqueroso, pero para ellos era de gran educación y confianza con el amigo que llegada a su casa. Cada cultura tiene sus reglas. Esto lo he encontrado en crónicas y documentos inéditos.
¿Lo mismo para el amor y el sexo?
Le diré que existía el amor, pero no con mucha intensidad porque eran los padres quienes comprometían desde niños. Pero sí hay historias enternecedoras. La historia de amor de Ollanta y Cusi Coyllur es verdadera. La obra teatral es castiza, pero el fondo fue real. Hay documentos que lo prueban. En la biblioteca del palacio real de Madrid hay una crónica aún inédita que habla de Ollanta: dice que lo capturaron y le cortaron la cabeza. El cronista narra que vio la piedra donde fue decapitado. Y en cuanto a la conducta sexual, pues hubo, como en Grecia, homosexuales, lesbianas y travestis. Al homosexual se le decía hualmishcu, a la lesbiana, holjoshta. Ahora, en la religión incaica hay algunos episodios que están relacionados con estas prácticas sexuales. En la sierra sur, la homosexualidad no tenía aceptación, pero en la costa central y costa norte era habitual. Incluso había prostíbulos de homosexuales donde se iban a pasar horas de solaz los curacas.
La historia ha olvidado pudorosamente esas realidades.
Es todo un tema. Por ejemplo, a la historia oficial no convenía que los gobernantes inmorales. Allí estuvo Inca Urco, que según Pedro Cieza de León gobernó ocho años. Era un hombre vil, cobarde, indigno, la vergüenza del Tawantinsuyo. Lo descuartizaron y lo botaron a un río. Eso indica que la vida cotidiana funcionaba como en el Vaticano en la Edad Media, cuando había Papas que se estrangulaban entre ellos. La diferencia es que la Iglesia no los borró de la historia. Imagínate si hiciéramos lo mismo en la República, nos quedaríamos sin presidentes, sin congresistas, sin Poder Judicial.
El premio que acaba de recibir en San Marcos es por la cantidad de investigaciones que hace. A muchos no deja de sorprenderles su trajín.
Bueno, es un trabajo de cuarenta años. Ahora estoy haciendo un texto sobre Bolívar en Cajamarca, que pensé que iba a ser un articulito, porque estuvo allí solo tres días, pero va a ser un libro. Sucede que Bolívar era un hombre extraordinario, un genio que en un día hacía lo que muchos en una vida. Debe salir el año entrante porque recién estoy en la página 107. Y acabo de terminar una investigación sobre el aporte científico de San Marcos en el siglo XVII.
Me dicen que ha encontrado cosas extraordinarias en medicina y letras.
Es el siglo más oscuro de la historia peruana, nuestra Edad Media. La gente solo vivía para rezar, para confesarse. San Marcos no estaba ajeno a esa ideología, tenía 18 cátedras de religión y preparaba sacerdotes. A pesar del oscurantismo, uno llega a descubrir cosas que la salvan, como la existencia de tres quechuistas. Un tal Mejía, cusqueño, llegó a descubrir variantes del quechua en el Perú. También hubo dos médicos muy importantes, un tal Bermejo, que se preocupó por estudiar el sarampión y la viruela, y Peralta Barrionuevo, que participó en un caso extraordinario. En la última década del siglo XVII nacieron unos siameses en Lima, que tenían solo dos piernas, pero todo lo demás eran dos cuerpos: dos corazones, dos estómagos, dos cabezas. Todavía no existía la palabra siamés, ni el concepto, así que los calificaron como un monstruo. Murieron naturalmente. Entonces, Peralta y un cirujano les hicieron una autopsia para ver qué tenían en el interior y publicaron un libro de la primera disección que se hizo en el Perú, en 1694.
¿Con todo este trabajo, se siente reconocido?
Ah, sí. Por donde viajo la gente no me conoce físicamente, pero cuando se enteran de quién soy, me saludan, me dan la mano, me dicen que han leído mis libros. Va por la cuarta edición. Otras cosas no me gustan tanto: firmamos con el editor para publicar 10 mil ejemplares, pero hace un tiempo me confesó que había mandado imprimir 200 mil.
Perfil
Nombre: Waldemar Espinoza Soriano.
Profesión: Historiador, catedrático.
Lugar de nacimiento: Cajamarca.
Estudios: Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Becario OEA, Guggenheim, Instituto de Cultura Hispánica.
Distinciones: Premio Fundación Conde Garrida al mejor libro sobre la Historia de la Moneda (1988); Palmas Magisteriales (1990).

David Hidalgo Vega

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