lunes, 21 de diciembre de 2009

¡Navidad con humor ateo!

Compilado por Ferney Yesyd Rodríguez

Llegan las fiestas de fin de año, las novenas, el pesebre y la historia de navidad.

Todo empezó cuando el ángel Gabriel le avisó a María que el Espirítu Santo vendría sobre ella. Según la historia ella aceptó, lo que no nos dice la historia es como la cubrió el Espiritu Santo ni sobre como José empezó a sospechar que algo andaba mal con María. He aquí una aproximación:

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Todos imaginamos que el largo camino hasta Belén fue plácido y calmado, pero los caricaturistas tienen otra idea:

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Ya una vez allí tuvieron que conformarse con un establo, porque José no hizo reservaciones

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Otros personajes simpáticos de la historia de navidad son los Reyes Magos, esos sabios bonachones que llevan los regalos a los niños españoles, porque Papá Noel perdió la licitación para ello. Por esto el gordo de rojo se dedica más hacía Norteamérica y el norte de Europa. Y como la mayoría de las casas del trópico no tienen chimeneas y no es lugar apto para los renos, el niño Dios se encarga de repartir los regalos en gran parte de Latinoamérica.

Veamos como empezó el periplo de los Reyes Magos:

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Lo que la historia sagrada no nos cuenta es que José no quedó muy a gusto con los regalos

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Otros personajes de esta cándida historia son los pastores de Belén. Que a diferencia de lo dicho por la Biblia mostraron su resquemor por la llegada de una nuev religión a la Tierra:

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Claro, lo que sabemos de la historia de la navidad nos ha llegado por lo que escribieron los evangelistas. Principalmente por los autores de Mateo y Lucas. Aunque el tiempo habría de desenmascarar una de las tantas trampas que hizo el autor del evangelio de Mateo:

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Otro personaje de la navidad es San Nicolás o Papá Noel, parece que él ha tenido mucho que ver con Jesús en diferentes momentos de su vida.

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Muchos dicen que el escepticismo es reciente. Pero es muy probable que en tiempos de Jesús ya hubiesen racionalistas.

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Con errores o sin errores en la narración de Mateo tenemos pocos datos de la vida del niño Jesús. He aquí una aproximación:

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Aunque la navidad es una buena época para casi todos -especielmente para los vendedores- no olvidemos a aquellos que sufren por esta temporada:

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En fin, es estos tiempos que Occidente es más pluralista tenemos una gran cantidad de festividades cercanas a tiempos de navidad. Tenemos Kwanza para muchos afroamericanos, y Hanukkah para los judíos. De hecho la navidad fue tomada prestada del solsticio de invierno, así que también Feliz solsticio de invierno!. Y nosotros los incrédulos nos sumaremos a los buenos deseos aunque sin tanta mitología establecida.



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domingo, 20 de diciembre de 2009

WITOTADAS / Dr. Carlos Castillo Ríos


Extraemos esta interesante entrevista al maestro Carlos Castillo Ríos realizada por Elmer Rafael Castillo Díaz en su blog: http://huauco.blogspot.com

Muy pocas personas de mi familia, (creo que también de los extraños) me han impactado intelectualmente como el Señor Carlos Castillo Ríos. Le pongo mayúsculas al “señor” por una sencilla y obvia razón, es un Señor, aparte de sus demás títulos profesionales. Se recibió de abogado, profesión que nunca ejerció, no podía hacerlo, pues joven, con todas las ganas de aplicar la jurisprudencia aprendida en la universidad, vió como el papeluchero del poder judicial recibía, en el saludo, unas monedas por unos documentos que debían ser gratuitos. “Esto no es para mi”, se dijo. Como dice él, “Felizmente ya era conocido en el mundo del periodismo, me pagaban por escribir, siempre fui un haragán”.

Sentarse a escucharlo es un verdadero placer, desde niño, junto a mi padre, lo visitábamos. Adolescente, después de la muerte de mi progenitor, seguía visitándolo y él muy amable siempre me recibió en su casa, pese a esa “rebeldía” que algunos de los Castillo no aceptaban. “Papá, tiene catorce años, no puedes decir que no tiene remedio mi sobrino”, me defendía. Con toda la razón del mundo, ya había escrito “Los niños del Perú” y me entendía a la perfección, a la vez que me protegía.

Sus amigos, Juan Gonzalo Rose, Pablo Macera, Washington Delgado, Oswaldo Reynoso, y cuántos intelectuales de esos años.

No quiero alargarme en hablar de Castillo Ríos, quizá no sea muy conocido, pues su lucha social se dio dentro de los ideales socialistas, como muchos. Su lucha siempre fue por mejorar la educación, para muchos estudiosos es, el “Padre de la Educación Inicial”. A lado de Emilio Barrantes trabajaron en la Reforma Educativa.

Este agosto lo visité, en Vista Alegre, Lima, en su casa. El Alzheimer quiere visitarlo, pero se resiste, lucha contra él, su mente lúcida seguirá sorprendiéndome. Fui con una pequeña grabadora, hace mucho quería hacerle una entrevista, por fin se dio. Antes de nada quiero obviar algunas respuestas que me da de Alfonso Barrantes Lingan, por el respeto que le tengo al “Frejolito”.

Elmer: Tío, ¿desde cuándo escribe?

Carlos Castillo Ríos: Yo tuve suerte sobrino, mira, como mi padre era profesor, medio apristón, en Huánuco lo iban a meter en cana por decirles la verdad a los curas y éstos tenían poder. Felizmente el sub prefecto que era su amigo le avisó; antes que los gendarmes lleguen a la casa, nosotros estábamos viajando a Huancayo en un camión. Me matriculó en el Santa Isabel y había un periódico mural donde comencé a escribir. Le daba a mi papá mis escritos y me corregía lo que eran las comas, acentos y el tiempo. Me comenzó a gustar, porque llegué a ser el secretario de papá, lo hacía mejor que su secretario. De ahí no me acuerdo bien pero estaba en Trujillo a los dieciséis años escribiendo para un diario en esa ciudad. Allí me hice amigo de Mario Florián, Antenor Orrego lo contrató para que trabaje en la universidad. Cuando le enseñé un escrito mío, me dijo, “Carlitos, estás duro aún”. En Lima seguí escribiendo, en el diario “Última hora”.

Elmer: ¿En este diario fue donde conoció a Gonzalo Rose?
CCR.: No, ya nos conocíamos. Pero ahí trabajamos juntos. Genial, bohemio. Recuerdo que faltaba mucho al trabajo por estar de tertulia y le duraba varios días. La policía lo tenía en la mira, lo iban a arrestar; junto con los amigos del diario hicimos una colaboración y lo mandamos a México, allí recitaba y escribía poemas hermosos y novelas para una radio, el problema era que los primeros capítulos él estaba sobrio, para los siguientes tenían que inventar un final, por que Gonzalo no se aparecía, unos finales desastrosos, nadie como Gonzalo carambas. Teníamos una columna, un día escribía yo y el otro, él; un amigo me dijo en esos tiempos, “Carlos, tu escribes bien, pero Gonzalito te lleva de encuentro”, cuando no sabía que a veces le hacíamos su artículo para que no dejaran de pagarle o lo despidieran… (risas). Pero yo lo hacía con gusto, Rose era un buen hombre, un excelente poeta y un mejor amigo. Encantador Gonzalo, encantador.

Elmer: ¿Por qué cree usted que Pablo Macera llegó a ser congresista de Fujimori?
CCR.: Raro, ¿verdad? En realidad no sé mucho, pero creo, mira, tenía o tiene creo tres familias y en las tres tiene hijos. Sus libros no se vendían mucho y sus gastos eran fuertes, sus casas, mujeres, con sus hijos, estudiaban en buenas universidades y necesitaba dinero, debe haber sido por eso, el pobre ya no me visita. Qué será de él.

Elmer: ¿Cuál de sus libros le dio más afán?
CCR.: Mira sobrino, creo que todos. Cada uno tiene su inicio, sus problemas. Pero el que más investigación tiene es, “Medicina y Capitalismo”. Tenía que saber de fármacos, sus costos, tratamientos, enfermedades, estadísticas. Los médicos pensaban que yo era también galeno, porque varias veces me invitaban a dar conferencias y me trataban de doctor, no por el de Educación. Hasta que un amigo me tiró dedo, inocentemente por supuesto (risas), sí, creo que Medicina y Capitalismo fue en el que más chambeé. Los demás son referentes a lo que había estudiado, lo que sabía, mi mundo; fui el único de los amigos que fuimos a Europa (Sorbona) a estudiar que opté por los problemas de los menores, aparte de que me encantaba.

Elmer: Hábleme de Alfonso Barrantes, usted lo conoció de cerca, creo que incluso trabajó con él en la Municipalidad de Lima.
CCR.: Barrantes, fue un buen tipo, muy bromista, carismático, caía bien a las personas, en especial a Alan García... En mi despacho trabajaba Henry Pease, un joven muy educado, inteligente, respetuoso, ambicioso, le gustaba el poder, soberbio por su alcurnia, “Doctor Castillo, no le hablé así al Doctor Barrantes”, me decía muy educado él. Le decía pues, “Alfonso, mira, ahora ha triunfado el pueblo. Los teatros que difunden cultura, ahora nos pertenecen, hay que invitar a los sindicatos, los soldados, dirigentes campesinos, a los maestros”. Me decía, “Carlos, …, eso está en el papel, la realidad es otra”. O sea, siempre se veía a los generales, gente de dinero, mujeres enjoyadas, en los espectáculos culturales en los teatros de Lima. Una vez vino un cantante famoso, creo que fue Julio Iglesias. Bueno pues, el despacho se encargaba de espectáculos culturales, así que le dijimos que su presentación no era cultural y los impuestos que se recaudaba estaban de acuerdo a tan insigne personaje, se llevaba fácil un chuchunal de dinero. Ya le habían hablado a Barrantes los promotores del show, qué los impuestos eran demasiado y que su presentación era cultural, inclusive creo que habló con el mismo artista…, pagó lo que el Cholo Abanto Morales pagaba de impuestos. Ahí renuncié…, le gustaba andar en un Volskwagen destartalado, se deshacía por pedazos. Se relamía cuando un policía se acomedía a llevarlo escoltado, con el carrito que apenas andaba, la gente lo veía y decía…, “qué humilde y buen hombre es el Frejolito…,”. Perdió, creo, la brújula socialista cuando se hizo amigo de Alan. Algunas veces nos encontrábamos en alguna conferencia del SUTEP o de la Izquierda Unida, siempre le reclamaban su acercamiento con Alan, pero ya nos hablábamos mucho… ¿de qué habrá muerto?....comía mucho rocoto, no habrá sido del hígado, pobre ¿no? De todas maneras hizo buenas cosas.

Elmer: ¿Qué siente por Barrantes?
C.C.R.: Mucha pena Elmer, mucha pena. Hubiéramos hecho mucho con él.

Elmer: Olvidemos un poco las cosas desagradables y tristes, hacen mal tío. Hace unos años usted recordaba a Manuel Scorza con mucho cariño.
C.C.R.: Claro, claro. Manuelito, cómo no acordarme de él, aunque nos dejó muy joven. Era muy mentiroso, (risas), recuerdo que un grupo de peruanos viajábamos a Argentina, nos habían invitado no recuerdo a qué, pero tenía que ver con educación creo, y, en Bolivia nos encontramos con él. Venía de la Argentina. “…Pucha Carlitos, en la Argentina está botada la plata, para nosotros hay trabajo como cancha,…estoy yendo a Perú de vacaciones”. Ya me había olvidado de Manuel al llegar a la Argentina, después de las reuniones nos invitaron los amigos peruanos a un ágape. Ahí salió el nombre de Manuel. “…sí pues, tuvimos que hacerle una chanchita a Manuel, el pobre estaba sin trabajo, la vida está medio jodida por acá…así que tuvo que volver a Perú”. Escribía muy bonito, muy agradable Manuel.

Elmer: Dígame, usted con qué se queda, ¿como educador o escritor?
C.C.R.: No sé Elmer. Recién me han nombrado creo, Profesor Emérito de la Universidad de San Marcos. Me gusta enseñar, sobre todo que entiendan lo que se les enseña. Pero también eso de escribir ensayos ha sido la pasión de mi vida. Yo escribía cosas contra el Sistema, por eso estaba en la mira de los políticos abusivos, ladrones, corruptos. Varias veces he estado en cana, sí, sí. Nunca escribí en un periódico de derecha, aunque escribí en el Comercio con el mejor de los Miro Quesada, no recuerdo cómo se llamaba, pero era cultísimo y no nos pedía explicaciones de los artículos que sacábamos. Con Mohme en La República, buen hombre éste. En este diario entreviste a la aprista que era Ministra de Educación, esos años, ahora creo que sigue en un puesto importante dentro de los apristas. Una completa tonta en lo referente a Educación, y, ella, toda una doctora… Hasta la que pensé que era amiga mía, por ser de izquierda y todo eso, la Gloria Gelfer, unos adefesios. He escrito bastante, pero más articulitos, una que otra entrevista, algunos libritos. Lo curioso, te voy a mostrar un libro, que está traducido al alemán, “Educación en China”, en realidad no sé quién lo ha traducido, ni lo entiendo, pese a que Kathryn podía leerme la presentación… (sacando el texto de su estante de libros), el Alemán nunca lo entendí. Mis hijos hablan y escriben el alemán correctamente, el problema es que no les gusta leer, qué harán con mis libros estos jóvenes cuando no esté ya. Claro, ahora tampoco puedo leer, leo tres líneas y me olvido de lo que he leído, creo que es la edad sobrino…

Elmer: ¿Cómo se siente tío, a su edad qué le gustaría hacer?
C.C.R.: Ya ni sé cuántos años tengo, creo que 82. Estoy pensando ir a vivir a Huánuco. Con mi sueldito me alcanza para alquilar un cuarto, pagar a alguien que me lave, planche y haga las cosas de la casa. Pero ahora estoy acá en la casa con mi hija y mis nietos, como prisionero. Cualquier día me voy, ahí está Rafa, Vladico, y ahora que me cuentas de los amigos de Rafa, sería trome, ¿no?; me gustaría pasar mis últimos días sentado en la plaza de armas de Huánuco, con ese clima tan hermoso y su gente tan linda, de sólo escucharlos con el tonito huanuqueño me siento feliz. Los que me conocen siempre me invitan a hablar en las reuniones, siempre están los mismos viejitos de siempre, algunos se quedan dormidos (risas), a la juventud no le interesa nada de temas antiguos.

Elmer: ¿Y la Universidad en Huánuco tío, qué paso?

C.C.R.: Terrible, sobrino. Me fuí con todas las ganas de hacer algo nuevo, aplicar lo que uno ha aprendido. Pero ví que todo se volvía comercial, todo era plata. Habían policías que estudiaban Derecho, nunca se los veía, pero aprobaban. Había un tal Ocampo, creo, ese lo fundió todo. Me retiré, me cuentas ahora que está grande y tiene muchos alumnos, ¿seguirá ese Ocampo? Todo era negocio con este fulano.

La conversación siguió casi toda la mañana, el problema fue que la pequeña cinta que llevé duraba una hora y quedo chico. Seguíamos charlando, seguía aprendiendo de este buen hombre, seguía deslumbrándome. Lo sorprendente es que en Huánuco es poco conocido, he entrado a varias páginas huanuqueñas y no lo nombran como un personaje, creo que deben reestructurar sus investigaciones, no todos por supuesto.
Hay partes que habla sobre China, la confusión del gobierno al apresarlo por confundirlo como dirigente de Sendero, su familia, más amigos, Oswaldo Reynoso, Washington Delgado, Julio Ramón Ribeyro…muchos más.

Hasta la próxima.

Elmer Rafael Castillo Díaz

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lunes, 30 de noviembre de 2009

ENTREVISTA AL ESCRITOR OSWALDO REYNOSO

“Soy una especie de best seller clandestino del Perú”

Presentó en Buenos Aires la edición de En octubre no hay milagros, un clásico de la literatura peruana que debió luchar contra prejuicios y pacaterías varias, por la utilización del argot callejero de la Lima de los ’60 y el tratamiento de la homosexualidad.


Por Silvina Friera

El hombre de abundante cabellera blanca tiene un pañuelito de seda en el cuello y un traje gris que le confieren la fisonomía de un compadrito que ha sabido cultivar el coraje por los arrabales de la ciudad. Pero no es un porteño que peina canas y espera a un viejo amigo para tomar unos tragos. El hombre que está en el bar de una librería de Palermo es Oswaldo Reynoso, un clásico de la literatura peruana que ha semblanteado hasta las últimas consecuencias una Lima proletarizada, con “ese maldito olor a pescado podrido”, y hostil hasta la náusea. Aguijoneados por la sordidez y la injusticia, los pobres, los jóvenes y los viejos son cuerpos que gravitan en torno de la atracción y el temor hacia la homosexualidad.

El escritor peruano llegó a Buenos Aires, ciudad a la que le debe su formación como lector, para presentar En octubre no hay milagros (Ediciones El Andariego), novela publicada originalmente en 1965, descalificada por “obscena e inmoral”, que generó un escándalo mayúsculo en el ambiente literario peruano de la década del ’60. Las voces indignadas cacareaban: “eso” no era literatura. Cómo un escritor podía cometer la grosería de llamar a las cosas por su nombre y poner “conchaetumadre”; cómo se atrevía a concluir esa vertiginosa narración con una frase admisible en ese contexto de padecimientos: “La puta que lo parió”. Pero lo peor del asunto, lo que no le perdonaban, era que se mostrara a los jovencitos masturbándose en la escuela y se explicitara la homosexualidad del poderoso Don Manuel, el empresario golpista que conspira contra el gobierno de turno mientras se deleita con su joven mancebo, Tito.

“Reynoso, usted va a sufrir... no están preparados aún”, le dijo Martín Adán en el mítico bar Palermo después de leer el manuscrito de los cinco relatos que integran Los inocentes, publicado en 1961. Vapuleado por las mezquindades del establishment peruano, que no sólo se ensañó con su obra sino con su intimidad, Reynoso modula los recuerdos con la tranquilidad del veterano que ha ganado la batalla final con su obra. “El mejor crítico de la literatura es el tiempo y la persistencia de los lectores”, subraya a Página/12 con un tono sereno que por momentos declina en un susurro. Asociado con la bohemia y el alcohol, el escritor que ha dicho que el trago es sagrado porque “entramos en contacto con la divinidad del vegetal” pide un café y esboza una sonrisa como si adivinara los pensamientos de su interlocutora. “Si bien es cierto que han cambiado algunos ambientes y modas de la Lima de los años ’60, los problemas sociales se han agravado, y creo que esta crisis internacional está golpeando duro”, cuenta Reynoso. “Cuando se habla de la novela de un país, hay una mirada dirigida fundamentalmente a detectar si ese libro refleja o no una realidad social, política o económica. Este enfoque sociológico, hasta cierto punto necesario, me parece un error –aclara–. Si se trata de reflejar la realidad social y política, el escritor debe escribir un ensayo. Yo considero que la novela es una expresión artística, un objeto artístico hecho con trabajo. De manera que la atención tiene que estar puesta en el logro estético de la obra. Este enfoque sociológico de los estudiosos europeos y norteamericanos es un menosprecio hacia la obra.”

Don Manuel, dueño y señor del país amparado en su impunidad para manejar los resortes del poder, rescata a su joven de la calle; lo compra a Tito y a su madre. Pero el joven se rebela. “Tito fue comprendiendo que Don Manuel lo usaba como un jabón, como un whisky: entonces, comenzó a odiarlo –revela el narrador de En octubre no hay milagros–. Ya no quiso nada con él: lo rechazaba con asco. Don Manuel, acostumbrado a tomar y a dejar lo que le viniera en gana, al sentir la resistencia de ese zambito engreído, entró en cólera: quiso botarlo de su casa sin ropa, sin plata; pensó ordenar a sus abogados que le quitaran, de inmediato, el departamento y le suspendieran, al instante, la pensión a la madre del malagradecido. Pero su voluminoso cuerpo ansiaba, necesitaba, el reposo y la delicia que le brindaba la limpia y fresca juventud de Tito. Si había derrocado presidentes de la república, lo de menos sería quebrar la voluntad de su indispensable Tito.” La novela transcurre en Lima, de las 8 de la mañana a las 9.22 de la noche, el día del Señor de los Milagros, la multitudinaria peregrinación que congrega al pueblo peruano. Lejos de la atmósfera religiosa, lo que impera es la represión de las manifestaciones, las bombas lacrimógenas, la policía montada que arremete con sable. A punto de ser desalojado con su esposa y sus tres hijos, don Lucho no tiene paz. Desde temprano patea la ciudad en busca de una nueva casa. “No estoy en condición de pagar un alquiler por encima de los mil, ni puedo llevar a mi familia a una barriada ni a un barrio de maleantes”, se queja don Lucho. Reynoso muestras las vísceras, interpelando al lector. “Y así como a don Lucho, mañana, a ti, también, pueden sacarte los muebles a la calle. Será como abrirte el estómago y dejar, a la mirada pública, tus intestinos: lo más íntimo que tienes”.

“En lo que se refiere a mis creaciones, me movilizo en dos líneas: lo ético y lo estético. No puede haber ética sin estética, no puede haber estética sin ética”, plantea Reynoso. “No me considero un escritor, yo soy un creador. La diferencia entre un escritor y un creador está en que el escritor domina algunas técnicas de escritura que le permiten poder escribir cuentos, novelas, poemas, ensayos y obras de teatro. Octavio Paz decía que un hombre culto puede escribir un buen poema, pero no es poeta. Partiendo de esta idea, mi misión es hacer una obra de arte guiado por unas pulsaciones internas. Uno escribe para saber qué es lo que impulsa tu escritura. La literatura es una búsqueda de los ritmos de esas pulsaciones”, precisa el escritor.

–¿Por qué mantiene esa ética marxista?

–Sigo siendo marxista fundamentalmente porque veo todos los días que hay clases sociales, aunque los medios de comunicación ya no hablen de clases sino de sectores o de la gente. Soy marxista porque creo que la solución para la supervivencia del ser humano en la Tierra ya no es el capitalismo. El hombre se encamina de alguna o de otra forma hacia la constitución de un estado socialista con libertad y respeto. Los experimentos anteriores en China y en la ex Unión Soviética han sido experiencias equivocadas, pero estoy convencido de que en los seres humanos subsiste todavía la idea de que la sobrevivencia para la especie es alcanzar un estado socialista.

–¿Pero cómo hizo para superar el desencanto de esos fracasos?

–Yo nunca me desencanté porque siempre consideré que eran experiencias que podían resultar o no. La caída del muro o la destrucción de un camino socialista a través del modelo neoliberal no significa en absoluto una derrota definitiva de las ideas socialistas o marxistas.

A falta de alcohol para ahogar la timidez, la mirada de Reynoso se fuga por las paredes de la librería hacia la conservadora sociedad peruana de los años ’60 que no estaba preparada para aceptar su transgresora propuesta. El lenguaje se agita como un animal salvaje; el argot callejero estalla con una potencia lírica que estremece. Cuando se publicaron los cuentos de Los inocentes, José María Arguedas destacó que Reynoso había creado un estilo nuevo: “La jerga popular y la alta poesía reforzándose, iluminándose”. El escritor señala que a pesar de que muchos escritores decían que eran de izquierda fueron conservadores en la vida y en la literatura. “Los escritores peruanos eran muy pudorosos. Presentaban personajes populares y describían sus vidas, pero en el momento en que los hacían hablar parecía que el autor estuviera hablando y no el personaje. Había un desprecio por la lengua popular y los diálogos eran muy pobres”, recuerda el escritor. “Cuando escribían un relato de niños o de jóvenes muy pobres, la palabra más fuerte que aparecía era ‘¡caray!’. O cuando un muchacho le pegaba a otro, éste le decía ‘por favor, no me friegues el forro de los bolsillos’. Yo que andaba mucho por los bares me daba cuenta de que la gente no hablaba de esa manera. En mis cuentos y en mi novela, los personajes se expresan en el español peruano popular.”

–Exceptuando el poema del final, la frase de la novela es una gran puteada.

–Claro, es una gran puteada. No iba a decir “váyanse, no molesten...”. No quedaba otra expresión que decir “la puta que lo parió” por todo lo que ha pasado. Cuando aparecieron mis libros, la crítica fue muy dura conmigo por el lenguaje, porque ponía las malas palabras completas, sin los puntos suspensivos como hacían antes. Pero además se decía que la literatura tenía que hacerse con palabras finas, no podían concebir que se utilizaran palabras groseras, eso no era literatura. La otra crítica que recibí fue de carácter moral; decían que yo promovía abiertamente la masturbación y una sexualidad perversa, y que mis obras eran pornográficas. Recuerdo que en mis clases de biología y anatomía en la escuela secundaria se detenían en el ombligo y continuaban en las rodillas (risas).

–Hoy causa mucha gracia, pero debe haber sido muy molesto, sobre todo para un joven escritor.

–Esa crítica oficial no solamente se ensañó conmigo, sino que se metieron en mi vida, a tal extremo de dirigir una carta al ministro de Educación para que se me quitara el título y se me prohibiera el ingreso a la universidad. Algunos escritores referentes del Perú en los años ’60, como Arguedas, salieron en defensa del libro; el mismo (Mario) Vargas Llosa publicó un artículo. Aunque estaba muy disgustado porque se habían metido con mi vida privada, sabía que la crítica literaria no iba a modificar mi voluntad de escribir. De ninguna manera la crítica puede ser tan poderosa para cortar una vocación.

Una anécdota confirma la guapeza literaria de Reynoso. Cuando presentó Los inocentes en el bar Palermo, que aparece en la novela, había estudiantes, profesores y obreros. A las doce de la noche, en pleno hervor de las cervezas, algunos cantaban; otros guitarreaban. Un gran escritor peruano, Eleodor Vargas Vicuña, se paró sobre una mesa y habló de todo. La multitud festejaba. “Luego me tocó a mí, agarré el libro y dije: ‘Lo único que puedo decir esta noche es que me cago en los críticos literarios sin ninguna excepción’.”

–¿Con esa declaración de principios contra los críticos entró por la puerta de servicio del canon de la literatura peruana?

–Sí, me decían que era un escritor marginal. Pero hoy mis libros se leen en las escuelas secundarias. Soy una especie de best seller clandestino del Perú; después de tanto tiempo, mis libros se siguen vendiendo, aunque no salgan en las listas de los más vendidos. Todo esto demuestra que esos fueron aspectos circunstanciales, que lo que queda es la esencia. La literatura está por encima de lo circunstancial.

–¿De dónde viene esa prosa poética tan agitada, vertiginosa, pero al mismo tiempo honda y luminosa?

–No lo sé. Cuando escribo soy una especie de sonámbulo (risas), escribo lo que siento. Tengo 78 años y la memoria se está convirtiendo en una especie de recuerdo muy lejano; meto a Proust en lo que escribo, pero llega un momento en que ya no me sirve. Ahora estoy escribiendo y me aparece un videoclip: la música como columna vertebral con imágenes que giran.



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